jueves, 22 de septiembre de 2011

UN MAR EN CALMA

¿Sabes quién soy?

Un muro de blancura densa, impenetrable y ruidosa se alzaba entre la pregunta —perdida en interferencias— y los ojos fijos en algún punto del aire, cuya mirada atravesaba todo aquello con que se encontraba. En el silencio de un mar de ideas y pensamientos tan movido en otros tiempos, el aire cesó en su empuje y ya sólo quedaba como resultado un mar casi helado, un mar en completa calma. Una ola de las pocas que aún vivían arrastró una breve afirmación como respuesta: un "sí" tan por decirlo, que escondía no entender nada.

Sí.

Y los ojos, distraídos, parecieron buscar respuesta, arrastrando las ya diminutas pupilas de una mota de polvo a otra. Al no encontrar la relación, la memoria se colapsa y los ojos se detienen sumidos en otro tiempo. Navegar en un mar tan parado, tan de aceite correoso y de espesura infinita... Ni un soplo que se mueva. Y en esta mota, ¿qué dice? 

Sí, claro, eres Clara.

—No, mamá, yo no soy Clara.

La negación, como un torrente agresivo y seco, agita hasta el último rincón de la memoria. Los ojos, despavoridos, afectados de una confusión repentina, huyen a lo loco a otro momento, a otra mota de polvo. Repasando toda la vida, la poca que no ha sido borrada por esa mancha implacable, no es posible encontrar nada. La oscuridad se escampa en el cielo que cubre ese mar tan en calma y, sin luces, sin el fuego que alumbraba lo que un día nos hizo felices, las lágrimas brotan despacio de unos ojos que no ven nada. Una tristeza tan espesa como el mar se pega a la piel y resbala sin saber siquiera quién es quién.

—No —repite la voz—... no soy Clara.

Y más lágrimas de la otra parte por echar tanto de menos a quién todavía no se ha ido. Tantas respuestas sin pregunta, tantas preguntas contra un muro... Justo enfrente, los ojos siguen perdidos sin reconocer a quien no es Clara.

De repente, tras un fugaz parpadeo, el añil oscurecido que hacía un tiempo teñía los ojos, marrones en otro momento, se diluye y desaparece. Las pupilas, como vueltas de un largo sueño, se dilatan a la luz de las ideas, de una chispa casual e inesperada. Sonríen como lo solían hacer antes, despiertas y centradas, alegres de seguir reconociendo.

La luz, por un instante, se hace dueña del mar inerte, desgarra la negrura y calienta cada pensamiento, que se elevan fugaces en el aire, mecidos por una agradable brisa; ¡Por fin, algo de viento! Poco a poco llegan las olas, cansadas de tanto olvido, y se posan en una orilla.

No, hija, no eres Clara.

Poco a poco, la blancura vuelve a empañar la mirada.