sábado, 18 de enero de 2014

REVOLVER

"Suenan los Beatles con Elanor Rigby y quizá no sea casualidad; puede que verte los ojos esta noche haya desatado una ráfaga de realidad inexistente, de posibilidades inertes. Así, como la joven Eleanor, veo la gente pasar y no entiendo ni qué hacen, ni qué quieren, ni a dónde van. Lo único que trasluce es la soledad de todos aquellos que deciden moverse hacia otro. Y así, encadenando canciones, el sonido dulce de la música me dice que solamente duermo. 

Entre sueño y sueño: esa realidad que nunca se concreta, que queda lejos y a la que miro desde la ventana. Quizá fuese mejor desde el tejado, donde puedo hacer una hoguera y sentir como un escritor japonés, fumándose la imaginación dentro de una canción de los Beatles.  Quizá sólo el olor del suicidio al fuego de todo un interior que únicamente asoma ante una persona... quizá solamente en Tokio, quizá nada más que un blues.

Y, de ahí, la suavidad de unas notas que me mueven de aquí para allá, pensando en la ilusión de alguien de frente, hablando, de la necesidad de nadie más a quien dirigir la mirada, sin esperar que otra cosa suceda. Pero ese dulzor se va y lo que nunca muere, madura, cambia y se mezcla en un olvido fabricado, tanto como los mundos que imagino para estar lejos, para no sentir como Eleanor, lejana, hundida, de ojos fijos en una fantasía de vida plena y banda sonora de película con final feliz.

Y ella dijo: "no entiendes lo que digo"; pero lo que ella no pudo comprender es lo que no llegué a decir, lo que sí  dije y todo lo que no diré por no repetirme, por sentir que la vida, el mundo, tiene que dar irremediablemente la vuelta.

Y dijo: "escríbeme más a menudo"; y allá que va la sangre y revienta las venas del entendimiento, del aguante y de la aceptación. Vaya, parece que aún así sale el Sol y hay que saludar. Pero esas notas no me suenan, se pelean y se ahogan en silencios de redonda y mueren en mi oído, en la memoria.

Así, poco a poco, palabra tras palabra, ya no sé si rimo por ti o por tu ausencia, o por nada en absoluto de lo que pueda ser consciente. Pero los Beatles siguen de fondo: "and you can't see me". Aunque, igualmente, seguiré, sea ya solamente por continuar la canción de piezas rotas y ganas de avanzar. "And your bird can sing", como si fuese el resumen atropellado de mi vida.

Acaban los minutos, empieza el día y me doy cuenta de que sólo yo me espero mañana. Llorará por nadie, pero la querrá y la creerá necesitar hasta morir —si bien en sus ojos no aparezca atisbo de interés—, a pesar de los años. El Sol saldrá, la mente al acecho, pero no verá el rastro de la luz tras tanta agua, aunque aquello fuese únicamente la sospecha del tiempo pasado.

Así, solo, se emprende el viaje en que la claridad abandona un cuerpo de mujer, que seguro olvidará, que no será el final feliz de una letra del grupo inglés. Y, así, aunque vista de repente, aunque cada día de vida grite su nombre, el cuerpo de mujer se alejará en un fundido al silencio, a ese silencio oscuro, indefinido y taimado que acompasa el final de la canción que, por aprendida, marca tanto el principio como el término de la vida. 

Y, así, envuelta el alma en su protección de goma, entra el sonido y no sale nada, concentrados los ojos en cerrarse y olvidar lo escuchado, lo aprendido. Olvidaré que en mi cabeza hay una terraza en la que nunca quemamos canciones, en la que nunca, ni al amparo solitario de los Beatles, nos besamos."