lunes, 30 de mayo de 2016

ESCRIBIRÍA

"Te escribiría el cuento más bonito que pudiese. Te escribiría si con eso existiese la más mínima posibilidad de que dejase de llover de una de vez y un rayo de sol, furtivo pero majestuoso, se abriese paso entre estas nubes y te iluminase por completo. Te escribiría si con eso se enterrasen todos los demonios que pululan hoy por aquí, si así cayesen en el abismo del que, con un poco de tiempo, no volverán a salir. Te escribirá si así lo cambiase todo y brillaras con luz propia, con esa que reflejan esos ojos de gata,con esa que es tuya, que tanto deslumbra y que nunca se debiera apagar.


Te escribiría y no detendría las palabras hasta agotar todas las del mundo, fuese en el idioma que fuese. Te escribiría incluso en un japonés chapucero cuya sola intención es hacerte reír. Esa risa, te escribiría para conseguir esa risa que deshace la noche. Te escribiría hasta que ya, deshecho y agotado, no me quedase absolutamente nada por decir, hasta que ya nunca más volviese a coger este bolígrafo. Te escribiría hasta dejar el mar de ideas que frecuento seco y agotado, vacío ya de todo y contento a más no poder por verte renacer. Contento, muy contento.



Haría el cuento más bonito que te puedo pensar."

SIN LLEGAR AL MAR

"Ríos de sangre ardieron a su paso al bajar la montaña.
Ríos carmesí que brillaban en mitad de la noche.
Ríos que decoraban la roca en su avance,
que deshacían las piedras y hervían en ansias de llegar.
Ríos que, a pesar de la fuerza y la senda que labraban,
no acabarían en ningún lugar.
Ríos desbocados que perdían el sentido
nada más nacer o a mitad de camino
al ver tan inalcanzable el mar.
Ríos demasiado rojos, demasiado intensos,
demasiado difíciles de controlar.
Ríos como venas abiertas que no contienen
más que lo que dejan escapar.

Ríos perdidos que olvidaron el motivo de su fluir.

Esos miles de ríos brotaron una noche cualquiera porque sí, sin razón aparente más que la de una visión inesperada. Se desataron en tormenta y amenazaron con no saber extinguirse. Una vez hubieron abandonado su nacimiento, nada los controlaría ya. A la vista de lo que pudiese suceder, esos ríos correrían montaña abajo en un desgaste colosal que convertiría la montaña en meros puñados de arena escampados al capricho del viento. En ese momento, justo entonces, serían conscientes de la inutilidad de su correr y quizá, solamente quizá, acabarían por cerrar compuertas y desaparecer. Demasiado carmín vertido en una vida, demasiado así en un momento en que no sucedería nada.

Pero ahí estaban, tan líquidos y tan presentes, tan ardientes sus aguas como si saliesen del corazón mismo del planeta. Ahí estaban, quemando días a su paso, erosionando lo que alcanzaban a tocar, dejando lechos secos en que solamente el leve olor de un recuerdo quedaría para los restos. Ahí estaban y fluían a su libre albedrío, vaciando el interior de una tierra de roca dura y yerma, incapaz de albergar otra vida en ese momento; en ese y quizá en cualquier otro... Pero ahí estaban.

Ríos del rojo más intenso desgranarían la montaña.
Ríos incontrolables que acabarían por morir antes de su destino.
Ríos absurdos que viajan sin sentido,
sin remedio alguno que los pueda hacer frenar.
Ríos como nervios que laten en una piel ajada.
Ríos que nacían del centro de todo.
Ríos que morirían, como no podía ser de otra forma,
sin un día poder alcanzar el mar."

miércoles, 25 de mayo de 2016

MULTA

Viendo hace poco la televisión, durante un telediario de no sé qué cadena porque, al fin y al cabo, estas noticias se repiten, hablaban de un político o empresario o banquero, no recuerdo bien, que había defraudado a Hacienda una barbaridad de millones. Millones de euros, esas cosas que no mucha gente tiene ahora mismo. Este colega (lo llamo así y quien lea esto enseguida lo entenderá), se había embolsado de forma fraudulenta unos treinta y pico millones de euros, por un lado, y unas minucias de miles por otros. Vamos, un escándalo en toda regla, tras lo cual pensé que lo más normal sería que ese compañero fuese a la cárcel sin pasar ni por la casilla de salida; ni un juzgado hubiese sido necesario. Lo esperaba con todas mis fuerzas, ahí sentado en mi sofá viendo como este menda había robado más dinero del que una persona normal podría imaginar, tener o incluso necesitar. Necesitar, esa era la clave, pues quién va a necesitar semejante cantidad de dinero para vivir. Pues alguien normal, no, desde luego. Pero un superhombre... Ahí cambia la cosa. Un superhombre necesitaría ese dinero, el del banco del al lado, el de tal o cual empresa y hasta el de una viejecita que pase por la calle. Calla, que eso último igual ya es así. Pero bueno, yo me pregunté por esa necesidad, si no sería avaricia pura y desmedida de alguien enfermo. De ser así, todo mis respetos a alguien con ese tipo de patología. Pero no, no iba por esos derroteros el asunto. No se trataba de que mi colega no hubiese calculado bien, fuese un avaro sin remedio o sus ideas no estuviesen claras; al contrario. El defraudador de pro lo tenía todo pensado, estoy seguro.

Dándole vueltas al asunto e intentando salir de mi asombro, me paré en una idea que me cruzó la mente, fugaz. A tenor de lo que veía en la pantalla, este tipo no había sufrido gran cosa en cuanto a la pena que le tocaría por el delito en cuestión. Más bien le sucedía algo bastante diferente, pues aparte de los habituales “juicios mediáticos” a los que tan acostumbrados nos tienen, parece que el sistema judicial le daba unas palmaditas en el culo y, con esa voz condescendiente de quien reprime cariñosamente a un niño, le animaba a no volver a repetirlo. “¡Ay, pillín! Que no te vea hacerlo otra vez, ¿vale?” Que así de entrada, dices tú: “Macho, un poquito de seriedad y sacarle los cuartos al mangante este”. Pero eso es porque somos unos desconfiados y renegados de la patria madre que nos amamanta desde pequeñitos. Nosotros, tan radicales y antisistema por capricho, pensamos que todo lo que nos hace el estado, esas cosas que no acabamos de entender bien sino como un tradicional “puteo”, es por fastidiarnos un poquito. Y es que nos los merecemos por idiotas. De verdad, parecemos retrasados al no darnos cuenta de lo que en realidad es el propósito de todo eso. Y es que nada de castigos ni multas ni sanciones, la cosa no va de eso. Si nos fijásemos bien, entenderíamos que el único deseo de nuestros gobernantes y reguladores es que espabilemos. Empanaos, que somos unos empanaos. Y el ejemplo lo tenía yo en ese momento delante de las narices. Roba, colega, roba, pero roba a lo grande que es cuando no ocurre nada. Que no se te ocurra enganchar la luz de otro lado, o trucar el contador para llenar la piscina o regar, o tocar unas canciones de otros artistas en una boda. O deja de pagar intereses excesivos en el banco, a ver qué pasa... Ojo, que no defiendo esas prácticas, pero es que además son minucias y, por tonto, te cascan la multa de tu vida. La cosa estaba clara: hay que robar, pero robar a lo grande, como los ricachones de verdad.

Y por eso, y ahora entenderéis porque llamaba colega al defraudador de la televisión, he decidido matricularme en una escuela de ladrones. Como suena. Hace poco me inscribí en una academia —muy profesional— donde te forman como defraudador de los buenos. Tenemos clases de estafa bancaria y diseño de productos financieros, nos enseñan también dos profesores sobre cómo estafar con tu eléctrica de turno y hasta hay un experto en impuestos que, en contra de lo que yo pensaba, no nos dice cómo evitarlos (eso parece que se da en segundo), sino a cómo hacerlos para robar de forma legal. No vamos a arriesgarnos a ir al trullo en primer curso... De lo más interesante que he estudiado en mi vida. Y la clase de cómo endurecerte el cutis con ejercicios específicos para que todo te resbale y aparecer bien en la tele, esa me encanta. Es una escuela privada y secreta a la que van los mejores banqueros del país y alrededores. Tan exclusiva es que la matrícula cuesta un dineral, pero bueno, en eso me he adelantado un pelín y quería demostrarles que tengo aptitudes, así que les he dado datos bancarios falsos.


El caso, y por eso escribía esto, es que hoy he recibido la nota de la última práctica. Mal, la verdad es que bastante mal. Tenía que engañar al estado solicitando una prestación por desempleo y, llegado el final de esta, no renovar el alta como demandante pero seguir cobrando cerca de once días por el morro. No era gran cosa, pero me ilusionaba pegarle un palo pequeñito al estado, así por detrás y con sonrisilla de pícaro. No ha podido ser, y me duele en el alma. Hoy me ha llegado una notificación en la que me adjuntan un recibo para ir al banco a pagar la sanción correspondiente. Les he robado algo más de cien euros y los quieren, son suyos. Pensaba que igual, como solamente habría esos diez u once días entre la fecha para renovar y que yo empezase un contrato nuevo, que no importaría. O incluso pensé que, si no renovaba, me cancelarían la prestación y punto. Pero no: se me olvidaba que los mejores rateros no son autónomos, que están muy metidos en otro tejido social. Así que, nada, me toca pagar la multa esta y suspender el primer curso de la academia, con la pasta que me debería estar costando... Ahora solamente espero que ellos no se den cuenta de que en las referencias que les dí, no tengo fondos. Esto de la delincuencia no es tan fácil como parece en la tele.

domingo, 22 de mayo de 2016

SALIR

"La salida está cerca. Eso parece, quizá, después de tantas vueltas que da la noche en un segundo. Parece que esté aquí al lado, tan cerca como estirar el brazo en intentar rozarla con la punta de los dedos. Tan cerca tiene que estar que lo siento muy adentro, como naciendo de otro mundo y otro tiempo.

La salida está cerca, y tan cerca... Tan cerca que da miedo que, en un arrebato, alargue la mano y la alcance y todo acabe y se vaya a un rincón perdido de una memoria que ya ni tan siquiera quiere recordar. Está ahí, lo noto en el vello erizado de mis brazos, en el pulso acelerado, en la respiración entrecortada que no me deja en paz.

La salida está cerca, y tanto que ni quiero pensarlo porque si me decido algo me dice que no habrá vuelta atrás. Pero brilla tanto... No, de momento tengo que quedarme en esta oscuridad. Pero está tan cerca que tienta a más no poder y el impulso no resiste de manera alguna.

La salida está cerca. Y tan cerca que ya no quiero ni mirar por miedo a que haga efecto, a que de repente me encuentre tan fuera de todo que no me sea posible volver. tan cerca que ese viaje astral perdería la conexión con un mundo real que de real tiene poco. Tan cerca que da miedo, aunque me repita.

La salida está cerca y no creo poder volver atrás.  Miro el camino recorrido, y así lo que queda por caminar, todo el cuerpo se me rebela y no atiende a razones. Tan cerca, tan cerca, tan cerca, tan cerca...

Está tan cerca que no se distingue ya con la fina línea que separa la piel de esos dos mundos tan distintos. Está tan cerca que no voy a ser capaz de remediarlo y, de alguna forma, saldré de todo sin haberlo querido, abandonando de una vez todo lo que no quiero dar por perdido. Pero lo dejaré, olvidado en un rincón, acaso bordado bajo la apariencia de alguien más. Tan cerca... 

La salida está tan cerca que quiero girarme, guardar el recuerdo y mirar atrás. Pero está tan cerca que salir, en un momento u otro, será algo que no podré evitar."

SE ESCAPAN

"Estoy tan cansado que se me escapan las palabras. Normalmente el esfuerzo consiste en reunirlas en unas líneas, pero hoy huyen en estampida, incapaz esta piel de contener un avance tan a la deriva y con tanto ímpetu. Imposible, al menos desde el punto de vista del fuego que rodea esta noche. Fuego que arde sin medida al contacto del aire que respiro y a los ojos de una luna que, como ojo de gato, observa lo que ocurre en la distancia. Pero para distancia, la que hay aquí ahora mismo entre... No se entre qué  o quién. Pero todo arde.

 Y mientras se calcina el mundo que no se ve, los ojos se giran y deciden apartarse de todo aquello que resulta incomprensible. Vaya trago; ahora aquí, ahora allá y sin saber dirección o motivo. Aunque en realidad importa lo justo, porque al fin y al cabo no hay dirección posible: todo afuera está en llamas y no queda otra salida. Y las palabras, tan urgentes como escapan, se ven rodeadas de un muro ardiente que no las deja pasar. Las palabras, tan pensadas como dichas, tan calladas como faltas de sentido y oportunidad, se paralizan al momento y, como yo, no saben qué hacer. 

Y así estamos, un mundo en llamas que arde sin contemplaciones y yo, tan perdido tras palabras que, si bien saben qué decir, no pueden hacerlo por no haber quien las tenga que escuchar. Y así estamos, tan perdidos como siempre, tan esperando que, a esas palabras o a mi, nos vengan buscar."

viernes, 13 de mayo de 2016

EL RETRATO

"Tras el último trazo de color, el pincel quedó en la mesa, inmóvil al lado de la paleta manchada de años. El pintor, una vez terminado el cuadro, se quedó observando aquella imagen. No era la primera vez que la veía, ni la segunda, ni tan siquiera una tercera o cuarta; incontables se habían sucedido las ocasiones en que el bello rostro de una mujer joven, de cabellos luminosos y largos, sobre los hombros, de sonrisa tímida y ojos vivos, aparecía al final del trabajo del dedicado artista. Allí, desde el fondo del lienzo y cada vez en una pose diferente, la joven cautivaba la atención del hombre que, entre obra y obra, se hacía más y más viejo. Le era imposible resistir su expresión, tan atrayente... Y siempre estaba allí al caer el pincel como un peso muerto, cansado tras la actividad frenética de miles y miles de caricias al lienzo. 

De forma independiente a cómo acometiese el principio de cada pintura, dando igual la concepción previa del trabajo que desarrollaría, la mano del pintor siempre terminaba por esbozar los mismos gestos, por recrear como en trance una y otra vez los mismo ojos. No se trataba de una obsesión, pues nada más lejos de la intención del autor que repetir y repetir aquel rostro, aun en posturas y escenarios diferentes. No, era alguna especie de ímpetu irracional e irrefrenable que nacía desde el rincón más profundo de sí mismo. Cierto era que su afán como pintor no respondía a otro motivo que a un deseo arraigado como pocos, uno que lo arrojaba siempre en busca de la belleza más pura. Quizá fuese esa la razón de que una vez tras otra pintase aquel rostro: era tan bello... No podía encontrarle defecto alguno, pero había algo más allá. Aquella cara no pertenecía a mujer alguna que el pintor hubiese conocido; al contrario, se trataba de una persona que no podría existir por la perfección que requería. De alguna forma, en aquella mirada, en cómo se ondulaban los cabellos, en cómo se entornaban los ojos o miraban levemente en otra dirección... En toda ella se daba la rara cualidad de reunir, una a una en una misma persona, todo aquello que al pintor cautivaba en una mujer. Por ello, aunque yendo incluso más allá, se convertía en el más certero ejemplo de lo que significaba para él la belleza. 

 Mas un día, cuando el pintor rondaría ya sus cuarenta años de edad y pocos menos de profesión, el hombre tomó una decisión que marcaría un punto de inflexión en toda su vida, como artista y como persona. Aquel día nublado y gris, el pintor dio por finalizada su última obra. Incapaz de alcanzar una expresión de la belleza que superase a la de la imagen de la joven, el artista cejó en su empeño y acabó por afirmarse en la convicción de no volver a pintar nunca más. Cansado de contemplar algo tan precioso, tanto que le hacía darse cuenta de una realidad que, si bien nada tenía que ver con el arte en un principio, le asaltaba y entristecía sobremanera: jamás encontraría a alguien así. Tantos años apegado a la misma imagen habían surtido su efecto y el artista, de alma romántica e inevitablemente sentimental, acabó por quedar enamorado de aquella joven que visitaba sus pinturas con tanta regularidad. La decisión era inevitable, y mejor eso que ver constantemente y nunca poder llegar. No volvería jamás. 

El tiempo, con su avance imperturbable, pasó. Pasaron los segundos, los minutos, las horas, los años desde aquel momento hasta que el hombre, al final, envejeció.



—Hola. Cuánto tiempo ha pasado... Casi ni recuerdo ya la última vez que nos vimos frente a frente —dijo el pintor al cuadro, seguida esa intervención de una larga pausa, respirando muy profundo—. Han sido tantas las miradas que quedaron en mis lienzos, tantas las visitas que me hiciste... No sé ni cómo hablarte ahora mismo —continuó con los nervios a flor de piel—... Solamente sé que, desde que nos viésemos esa vez definitiva, jamás me ha podido abandonar tu recuerdo, ni un solo segundo. No ha amanecido día que tus ojos no me viniesen a la mente, ya al despertar o en un momento cualquiera del día. Nunca, ni un solo segundo, he dejado de sentir que alguien a quien no conocía me acompañaba. Por eso tuve que dejar de pintarte. No podía resistir más. Tanta obsesión con volver a verte de nuevo, con alcanzarte, con volver a recrearte con pintura... Y nada, nunca nada: ni tú saldrías de esos lienzos, ni yo encontraría a nadie así en otro lugar. Tenía que dejarte. 

En ese instante, la voz del hombre se quebró y este detuvo sus palabras durante varios segundos. A medida que el corazón volvía a calmarse tras su pecho, poco a poco, recobró su presencia. Entonces continuó: 

—Te preguntarás por qué he vuelto a pintarte a estas alturas, décadas después de tu última visita, de mi última invitación. Tengo que decirte que, hoy sí, ya no habrá más. Ese pincel ha terminado de dar lo que tenía que ofrecer y ya no le pediré más; ni a él ni a ninguno otro. Soy viejo y me tiembla el pulso. 

El hombre dirigió la vista hacia sus manos, temblorosas y difíciles de controlar a pesar de la práctica y el ejercicio de los años como pintor. 

—Meses han pasado hasta poderte volver a ver hoy, cuando antes no tardaba más de unas horas. Mis días ya se acaban y no podré volver a pintar, ni a ti ni a nada. 

Los ojos del pintor se humedecieron con miles de recuerdos que saltaron su memoria. Tanto tenía guardado adentro... Y lo que ya no llegaría, pues el tiempo no juega limpio y pasa más deprisa de lo que uno es capaz de darse cuenta. Aquel era el último cuadro que pintaría. Al contrario de como había actuado en otras ocasiones, esa vez no destruiría la pintura al terminar. 

—Te he pintado en este último lienzo que guardaba para que me acompañes. No te conozco; sólo interpreto la sonrisa de tu mirada. Pero apareciste y la mella que dejaste me duró muchos años. Te he pintado porque dejé de hacerlo, porque te abandoné en un intento vano por olvidarme de ti. Te he pintado porque, con el tiempo, nunca llegaste a abandonarme tú a mí ni en el momento más alejado de nuestra ruptura. Te he pintado porque me muero. Te he pintado porque siempre te he tenido... 

En ese instante, el pintor se detuvo en seco y sus pupilas se clavaron en los ojos del cuadro, atentos estos como si le escuchasen. El mundo se vino abajo de repente y, al final, tras un silencio qe reveló más de lo que quiso callar, los labios del viejo artista articularon un último mensaje, un movimiento con el que se oyó a sí mismo decir: 

—Te he pintado porque, aunque nunca he podido conocerte más allá de los óleos, más allá de los lienzos... Te he pintado... Te he pintado y sin más remedio. Te he pintado, después de todo, porque te quiero."

miércoles, 11 de mayo de 2016

DESHUMANOS

"A medida que me acercaba, la figura de un hombre orondo se hacía cada vez más notoria. Sentado en un banco que se enfrentaba perenne a la puerta de entrada de un bar más bien pequeño, típico de pueblo, los ojos del hombre iban de la ceniza del cigarro que sostenía en la mano a la gente que entraba y salía del establecimiento. Angosto era el pasillo de entrada, como angosta la mirada que lo contemplaba. Perdido en quién sabe qué pensamientos, el hombre no movía un músculo que no fuese alguno del brazo que sostenía el cigarrillo. Una mirada furtiva para controlar la clientela y de nuevo vuelta al humo y entornar los ojos para que no pique. Un ráfaga, como intentando despertar el interés, o simplemente su atención, pasó rozando el ralo pelo de aquél que parecía empleado del bar aunque, a decir verdad, uno del que no se sabría concretar la función. 

Conforme me acercaba a la figura recién conocida, nunca antes vista, los detalles saltaban a la vista cada vez más claros: ojos tristes, de dirección baja, ausentes en un mundo que parecía no guardar nada en común con el que contemplaban, quizá, en el interior. Ojos perdidos en otro lugar, en uno que podría ser mejor y que, por eso, se sueña; un lugar al que una mirada convencional no llegaría jamás. Nunca, y quizá de ahí el aire de soledad que asomaba a esas pupilas, como de reo encarcelado de por vida. Nunca, o al menos así lo creía la mirada perdida que recorría a desgana el camino entre el cigarro, a punto de consumirse, y la puerta del bar. 

Un pie tras otro, mi atención no podía abandonar aquel fragmento de vida maltratada que mi imaginación había decidido etiquetar como tal. La mirada tan desvanecida, tan potente, tan harta y tan ausente... Aún no sabría decir qué había detrás; pero algo había, algo escondido y maltratado que seguramente nadie antes hubiese hecho el esfuerzo de comprender. Y ese cabello tan corto, casi de estilo militar si el gris no diese pistas certeras de ser producto de la edad. Pero, ¿qué edad podría ser esa? Imposible de calcular... Tampoco era fácil mirando las arrugas de la mano que movía la colilla, a poco de extinguirse, pues parecían más de los que cualquier piel pudiese acumular. Sentado e inmóvil, difícil se hacía saber tanto los años que habían pasado asiendo el mismo vacío de esos ojos, como el porqué de estar sentado ahí, extraviado, contemplativo; aunque quizá sea más correcto decir "perdido", en un banco de madera triste y envejecida por las pintadas mal hechas de unos críos aburridos.  

Finalmente, como no había más remedio, llegué a la altura del hombre, que en ese mismo instante se levantaba del banco para dirigirse, como atraído por una inercia oscura, hacia la puerta del bar que le esperaba. Músculo a músculo, el cuerpo obeso reaccionó, si bien los ojos seguían postrados en el ostracismo del asiento de madera. Esos ojos, al fin y al cabo, eran los que lo decían todo; pero todo. De cerca, al pasar, pareció que la tristeza de su mirada absorbía todo el universo en un cataclismo sin solución. Pobre recuerdo el que acudió a mi mente, de otro hombre, tiempo atrás, también sentado en soledad  una noche, en otro banco de madera también frente a un bar, desesperado y sin saber qué hacer por no poder saltar del balcón, pues vivía en un primero. Triste imagen y pelos de punta, ojos encendidos y resistiendo el impulso de reventar. Triste recuerdo, pero imposible no fijarse y dejarse arrastrar por el poder ido de esos iris tocados de cataratas, nublados tras un muro de ausencia de realidad. 

Los pasos no pudieron detenerse y continué adelante con mi camino. Pero en ningún momento pude evitar sentirme arrastrado por esa mirada perdida que se adentraba en un mundo lleno de gente a la que no puede comprender. No pude estar ahí más tiempo, pero esa figura bien comida que aguardaba a la puerta del bar quedó grabada en un rincón escondido de la memoria, de la mía, pero tan presente... 

Encontré una mirada perdida, y tan perdida en su pequeño mundo... No pude hacer menos que esfuerzos por no detenerme en otro lugar perdido de mi memoria, uno tan especial y tan guardado, que espero nunca poderlo volver a encontrar. Tanto que ver en la calle... Tantos que no saben ni adonde ir a parar... Tanto que nunca percibe la gente, tanto que pasa por no visto porque ni siquiera se para a mirar.... Pero yo lo vi, y quedó guardado en el recuerdo, como quedaron tantas cosas. Y ese hombre, ahí sentado y sin saber como reaccionar, más que como autómata, no abandonará nunca la decepción de vivir en este mundo de deshumanidad en el que nos hundimos poco a poco sin remedio. Al final, y como ha de ser la cosa, acabaremos sin respirar por no haber podido, por no haber querido contemplar a quien necesita solamente un poco más."

lunes, 9 de mayo de 2016

DENTRO DEL MURO

"Todo vibra.

De repente, el aire se agita espasmódico y todo vibra alrededor. La mano, al final de un brazo tendido al infinito de una esperanza oscura, se retuerce por sorpresa y, a punto de quebrar sus huesos, se gira en busca de algo distinto. Inadvertidos y entre temblores, los dedos se apoyan en un muro de carne al que tan equivocadamente se cree insalvable, pero que no, nada parecido. Poco a poco y con la presión justa, el calor sanador de las puntas comienza a abrirse paso, a hundirse lentamente separando jirones, maquillándose de rojo, tiñendo el mundo de una sorpresa dolorosa. Sin pausa, cada vez más se hunde la mano en la carne, apartando hueso y piel. El muro no resistirá, pero ¿para qué? Preferimos ver ahí un agujero que impida guardar nada, que derrame todo lo que corre por el interior de ese gran pequeño muro. 

Al final caerá.

La mano, constante en su asedio y afilada como incisivos nuevos, ya se hunde hasta la muñeca. En ese preciso instante, los dedos emprenden una danza frenética que rebusca en ese interior. A ciegas, a oscuras, a malas escudriñan cada rincón del interior de la carne. El hueco se va haciendo más y más grande, pero nada parecen encontrar los dedos, idos de toda razón; continúan en su locura hacia más adentro, incansables en su empeño. Se retuercen, se atraen, se abalanzan, huyen, muerden y destrozan toda la cavidad de la que emana un fluir espeso y negro. ¿De dónde sale? Ese es el indicio que anima a seguir, que empuja en la búsqueda del centro del que brota aquella viscosidad lacerante. 

Más y más adentro, más dolor, más adentro, más...

Al final, como todo empeño que no entiende de obstáculos, los dedos atisban algo importante con el extremo de sus yemas, lo acarician y toman consciencia de repente de lo que hacen y dónde se encuentran. Rápidos, apresan todos a una la masa informe de la que fluye todo ese pringue oscuro, latiendo sin cesar. Frío, frío intenso congela los dedos mientras estos no dejan de apretar. Parece que funciona, que la masa se contrae y sufre. El líquido huye en pánico y la mano monta en cólera. En un acceso de ira perfectamente justificada, la mano pide al brazo que estire con todas sus fuerzas; los dedos, cárcel de la cosa extraña y doliente, no consienten en dar tregua y se aferran al centro del interior del muro. 

Todos a una, todos a una y a extirpar lo que ahí se encuentra.

En un instante, la mano se encuentra fuera del muro, justo delante, latiendo de una ansiedad inusitada. Apresada en el centro de su palma, una masa viscosa y gris, brillante, chorrea entre las falanges, tensas y rígidas apretando en un intento de contener esa masa extraña. Gotas y gotas de una baba pegajosa caen entre los dedos y pringan el suelo, fundiendo así roca, aire, tierra y carne —lo que sea— a su paso. Pero la mano no ceja en su empeño y aprieta más y más sin duda, como sin otro propósito vital. 

Saldrá, todo saldrá y desaparecerá al instante.

Una explosión, como de un globo lleno de agua al reventar, y la masa oscura e informe, el gris y negro cambiante, estalla en un charco ácido que impregna todo menos el alma. Gotas y salpicaduras comen tiempo y espacio, pero a la vez cesan sus deseos de devorar lo que no es propio y así mueren como agua inútil y destilada desde un profundo rincón. La masa se diluye en el viento. Es justo entonces cuando aparece el olvido, de fauces afiladas y ganas de roer. Un bocado, otro bocado hasta consumirlo  todo y así quedará...

Nada.

Se presenta de improviso y, a dentellada limpia, desgarra el tejido de esa babosa ácida que no hacía sino exudar los productos más negros que se puedan imaginar. Un bocado y la oscuridad se hace entorno a la mano, ahora vacía y quieta, calmada tras haber cumplido como debía. El olvido, con estómago lleno y apetito saciado, se aleja tranquilo de nuevo a su agujero, a ese rincón oscuro que abandona cuando lo tiene que abandonar. Todo comido, tragado y digerido en un nunca que no volverá.

Buen trabajo.

Al final, justo antes de que llegase la última noche antes del nuevo primer día, la mano volvió a su sitio, colgando a la derecha, mientras el agujero negro del muro se cerraba. De la oscuridad que albergaba, al final surgió un haz de luz que, perdido en el cielo, no era otra cosa sino agradecimiento. El muro, antes contaminado, quedaba ahora restaurado y limpio, seguro y tranquilo ante el hecho de haberse librado por fin de esa masa informe que lo consumía e infectaba. Había desaparecido en el olvido.

El muro quedó, con esfuerzo, limpio de lo que lo raía por dentro."

domingo, 8 de mayo de 2016

OJOS DE GATA

"En el alma de la noche todo se oscurece, los brillos se tornan pálidos y se asustan ante la negrura inminente de lo que se les viene encima. Acobardada, la noche corre a esconderse en el rincón más oculto de una luna que ya ni atina a brillar con decencia. Venida a menos, desmejorada, su brillo se enturbia hasta no ser más que un halo que sobrepasa alguna nube insolente. Se hace el silencio y los colores desaparecen en una noche tan de improviso que nada cuenta: ni mensaje, ni intención, ni tan siquiera un propósito de vida o algo más. Se hace oscuro y todo desaparece entre la nada, perdido en las sombras de un crepúsculo mal calculado que llega, por llegar, horas tarde de cuando debiera. Y la luna ahí escondida, asustada del reflejo de unos ojos de gata que, agazapados, esperan el momento de saltar la imaginación más perdida entre recuerdos. La luna, como fuese en tantas noches dejadas en la falta de luz, asombrada como nunca y escondida como siempre entre... ¿Entre tu y yo?

Ojos de gata que resplandecen al reflejo de otros que observan en la distancia, ausentes del impulso de lo vivo, de aquello que empuja a seguir adelante y no recular. Esos ojos... Esos ojos cansados que no quieren derramar nada más, y menos aún sin razón aparente. Pero es que eso de aparente... No, aquí las apariencias se quedan en lo justo, en el mismo instante de no saber qué hacer. Porque hacer, lo que se dice hacer, haría lo imposible aunque no se obtuviese resultado; y así será siempre. Esos ojos, esa luna, esa gata que viene y disfruta cuando la miran de frente, cuando la acarician sin cesar...

Esos ojos de esa noche tan vivida, tan auténtica y tan teñida de especial. Esa noche que las miradas ausentes no dejaron de fijarse en los ojos de gata, a escasos centímetros, a vidas de distancia, pero tan cercanos que casi se les podía besar. Y yo tan lejos... A medio metro, o menos, sí, pero tan lejos, tan sin poder tocar... 

 Ojos de gata y esmeralda que se cruzan en el camino de quien no sabe ya adónde mirar. Ojos de gata, y tan silenciosos, que por mucha atención que preste no acabarán nunca de dirigir su atención hacia donde pueda interesar. Ojos de gata, y tan bonitos... Ojos de gata que, por mucho que me cueste, espero nunca poder olvidar. 

 Ojos de gata que aparecen y de los que ya no se puede escapar."

AL INFIERNO

"Al infierno, al infierno irá todo lo que no se puede tocar. Y ver, ni de casualidad, pues todo acabará reducido a las cenizas más negras, más insondables, más pegadas al alma que se pueda encontrar.

Al infierno y con todo, sin dejarse nada atrás. Todo calcinado en un intento de seguir, de no volver nunca a mirar, de perseguir lo inalcanzable y quedar exhausto y tendido sin aliento al final. Al infierno.

Al infierno con las falsas miradas de falsos ídolos construidos por recuerdos que no atinan, por falsas emociones que no saben en qué puerto olvidado atracar.

Al infierno y así acabe todo, tan hundido en la pausa de un silencio que no se pueda llegar a oír algún día su lamento, ajado y mordido por mil experiencias, por mil sensaciones, por mil y un encuentros de los que nunca merece la pena el final.

Al infierno, y todos con él. A la muerte y al páramo sombrío, a ese trozo de tierra latente que nadie sabe dónde se encuentra, al que nadie sabe como llegar.

Al infierno."

sábado, 7 de mayo de 2016

TU LADO NEGATIVO

"Las noches oscuras, los días sin sol y de sola oscuridad amenazante, las noches sin dormir y de mirada fija en un techo que se mueve al compás de los malos pensamientos... El rellenar huecos yermos con la imaginación impregnada de recuerdos que no volverán, el más ausente vacío en un interior que nunca acaba de llenarse, ese hueco negro y hambriento al que le da por tragarlo todo... Intentos de nublar la vista y cegar el mundo alrededor... ¡Ese sol, que no brille! Pero eso ya me lo conozco.


Por suerte y por desgracia, que todo es uno al fin y al cabo, sé de lo que hablo y conozco al momento lo que puedo ver. Y he visto la sonrisa más sincera y los ojos más abiertos y coloridos, y los he visto entornarse, a esa misma mirada, ante un no sé qué hacer y no puedo dejarme llevar. Lo he visto, lo he sentido y nunca he llegado a olvidarlo. No lo olvido porque es necesario, porque ese punto de negatividad es necesario incluso para mí. Ese impulso, tan escondido como incondicional, ha acompañado cada momento difícil de una vida que pocos han querido o han llegado a comprender. Pero me ha abierto los ojos como pocas otras cosas lo harán jamás. Soy nuevo, el sol está aquí adentro y jamás lo dejaré salir porque será mío hasta el final si con eso, en noches de negra oscuridad, me da las herramientas para poder entender esos ojos de gata que miran a ninguna parte, esos que meditan sin saber cómo actuarán. Por suerte, y por mucha que he tenido, ese punto de negrura inusitada, detestada a la par que querida, me ha marcado entre los ojos para distinguir a quien sabe, de quien puede merecer. Y, si por merecer viene el asunto, a quién más habría de buscar.


No es el momento, como nunca lo ha sido y probablemente nunca lo sea, pero a mi ya eso es algo que me da el más absoluto igual. El momento es el momento, se llame como se llame, y quizá esta noche la luz de la luna que no existía haya marcado un camino que no sepa seguir, uno del que no me conozca las piedras de cada rincón. Pero aún así me atreveré a tropezar cuanto haga falta. Tropezaré hasta con la grava más minúscula que se me cruce si eso ha de ser, como hoy, el principio de un dulce final que no acabe en uno separado del otro, sino en un principio de lo que, a partir de esta noche, sea o nunca será.


No es el momento, pero yo te abrazo, complaciente y egoísta por sentir el tacto de un encuentro nuevo, de un no saber exactamente cómo tengo que actuar para llegar al final de esta carrera. De esta carrera... Vaya expresión, pues ni corro ni me dejo el hígado en el camino. Más que nada, porque en este rincón que habito se hizo la costumbre de esperar. Pero encontrarte... Encontrarte fue otra historia. Un cuento que tiene un comienzo claro, distinguible, achacable a una noche de fiesta y poca esperanza, pero incontrolado más tarde en un desatar que yo qué sé...


Y es que, al final de todo, se reduce la vida a eso: a que no sé. Pero no sé a tu lado, no sé de cerca, no sé cómo será... pero basta un vistazo a tus ojos de gata, a tu moverte sin querer, a esos gestos que nadie aprecia más que yo, a esos momentos en que sobra el mundo... Sobra todo menos esa mirada que, furtiva, esquiva a todos los comensales de la mesa y se viene a posar en mi, si bien solamente un segundo. Pero ese instante vale una eternidad y así lo guardaré, sea lo que sea. Tan valioso y tan atesorado, que al poco de haberlo conocido ya sé que quedará para siempre aunque sea en esta imaginación provocada por el alcohol, buscada mediante dulces que no existen sino porque tú estás.


Al final, como deben acabar las cosas, quedará la ropa con un olor desconocido, con uno poco acostumbrado que deshaga esas noches de oscuridad en que, al menos, uno de los dos mirará al cielo y se alegrará. Ese punto, tan de oscuro que nadie sabe, yo lo conozco. Ese punto, tan de tú que nadie conoce, arde en el deseo más interior que puedo albergar. Ese punto, tan... Seré lo que haga falta y aún, si se necesita, seré muchísimo más. Seré todo lo necesario, todo lo que necesitas y que quieres, todo lo que podrás desear. Aunque, destino incierto, puede que al final me tenga que marchar por donde he venido, rabo entre las piernas y orejas gachas, al calor de otra noche en cualquier otro umbral.


Al final, como dicta tantas veces el papel en blanco de esta vida, será lo que quiera que sea. Pero sé, y de eso estoy convencido, que en el último momento de un recuerdo, de una visión extraña que anuncia el final, seré yo quien se presente y serás tú la última en quien pensar."